martes, 21 de abril de 2015

Silencio, C. Lispector

SILENCIO: MAESTRÍA NARRATIVA
David Núñez

Clarice Lispector asombra, no sólo su narrativa sino su entrega hacia la literatura: “He llegado incluso a la conclusión de que escribir es lo que más deseo en el mundo, incluso más que el amor”[1]; es una escritora disímil, que a diferencia de la famosa frase de Borges no se siente orgullosa por lo que ha leído sino por lo que ha escrito, que se jacta de olvidar a los clásicos y centrarse en novelas policíacas; que niega ser escritora porque, aunque escribe la mayor parte del tiempo, no sabe cómo escribir. Lispector rompe con los cánones literarios que buscan acercarse al punto medular de las letras al afirmar: “Digo lo que tengo que decir sin literatura”. Esta confesión destroza las pautas literarias y para ello preside de elementos “necesarios” en la narración, ya sean el tiempo, el espacio, los personajes o el narrador, alguno o varios de estos pilares, pues como aclara “Escribir es intentar entender, es procurar reproducir lo irreproducible es sentir hasta el final el sentimiento que se quedaría en algo solamente vago y sofocante.”[2]
Si el fin es escribir sin literatura y nombrar lo irreproducible, Lispector se aventura a explicar el silencio, la inexistencia de sonido y de formas, es escribir la literatura sin palabras. En torno a esto se crea el relato breve “Silencio”, donde describe el complejo universo de la ausencia auditiva, porque “el silencio ha sido la fuente de mis palabras. Y del silencio procede lo más valioso de todo: el propio silencio”[3].
El Silencio se crea cuando no existe vida, ni pensamientos, ni nada. El silencio es la nada y dentro de esta nada aparece el narrador como único ser dispuesto a acabar con el silencio y alentarlo. En “Silencio”, la cuentista crea un narrador testigo, protagonista y omnisciente a la vez, en el sentido clásico, es un análisis de la afonía, y este narrador, que se encuentra en un tiempo presente, conoce los límites del silencio y de las acciones que lo rodean, escucha al silencio y en el momento en que calla se convierte en silencio, por ello es todas las vertientes a la vez. El escritor-narrador se basa en las palabras, en la literatura que desdeñó, y lo hace con maestría, llevándonos de la mano y exigiendo la lectura atenta porque cada fragmento, cada ejemplo del ruido y la etapa silente tiene repercusión en el final o en un principio hipotético, pero sobre todo tiene fin en sí mismo al igual que el silencio, “pues si al principio el silencio parece aguardar una respuesta –cómo ardemos por ser llamados a responder-, pronto se descubre que de ti nada exige, quizás tan sólo tu silencio”[4]
Este lenguaje preciso y precioso, con sencillez léxica, prosa fluida y ritmo, es una constante en la literatura de Lispector. Uno recorre la hoja carcomiendo a las letras con el fin de encontrar entre ellas al silencio. “Los oídos se afilan, la cabeza se inclina, el cuerpo todo escucha: ningún rumor.”[5] El narrador no lo escucha. Tú no lo escuchas. Clarice no lo escucha. “Cómo estar al alcance de esa profunda meditación del silencio. De ese silencio sin memoria de palabras.”[6] De ese silencio sin literatura.
He aquí, donde Lispector hace literatura sin “literatura”, donde rompe con el clímax narrativo-activo, donde sus personajes no tienen forma sino motivos, donde los espacios carecen de nombre; pero con un lenguaje y un ritmo que hacen de “Silencio” Gran Literatura.
Treinta años más tarde seguimos desconociendo al silencio. Si no son los ruidos infernales de las ciudades modernas, son los aparatos eléctricos, las conversaciones humanas, los pensamientos ansiosos, los sueños desbocados y todo lo que incluya al ruido. ¿Por que huimos del silencio? Porque en la quietud nos podemos encontrar con nosotros. Es la búsqueda de eliminar la soledad. Porque una vez que se conoce el silencio
“Después nunca más se olvida. Es inútil intentar huir a otra ciudad. Porque cuando menos se lo espera, se puede reconocerlo de repente. Al atravesar la calle en medio de las bocinas de los autos. Entre una carcajada fantasmagórica y otra. Después de una palabra dicha. A veces, en el mismo corazón de la palabra. Los oídos se asombran, la mirada se desvanece: helo ahí. Y desde entonces, él es fantasma.”[7]

El final del cuento es de una fuerza sorprendente, que nos hacen retener el aliento e invocar al silencio entre el mundanal ruido de las palabras. Porque el silencio acorrala, es lo único que permanece cuando todo se ha escabullido. Después del punto final empieza realmente el cuento.
            “Pero, horror, el libro cae dentro del silencio y se pierde en la muda y quieta vorágine de éste”.[8]





BIBLIOGRAFÍA:

Lispector Clarice, Silencio, Grijalbo Mondadori, Barcelona, 1995.
----, Clarice Lispector, Laura Freixas, Vidas Literarias, Ediciones Omega, Barcelona, 2001.

[1] Clarice Lispector, Carta a sus hermanas, Berna, 8 de mayo de 1946.
[2] Lispector, “escribir” de A Descoberta do Mundo, en C.L., p. 192.
[3] Lispector, “Anonimato”, op. cit., p. 188
[4] Lispector, “Silencio” en Silencio, p. 135.
[5] Ibid., p. 134
[6] Id.
[7] Ibid, p. 136.
[8] Id.

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