miércoles, 20 de mayo de 2015

pdv oficina no rasurarte

Caminaste por el baño y trataste de recordar qué soñaste. ¿Te acuerdas? Haz el esfuerzo. ¿Quién aparecía en tu sueño? Metiste las manos debajo del chorro de agua y sentiste que estaba demasiado fría. ¿Era un hombre o una mujer? Esperaste un poco a que se calentara y pensaste en su cara, pero te costó trabajo distinguirla, lo que sí recuerdas son breves escenas, como flashazos, que brincan en la memoria. Siempre ha sido divertido recordar los sueños, vivir esa realidad alterna, que no tiene limitantes. Enjabonaste las manos, como de costumbre, y cerraste la llave. Asentiste al recordar el sueño y te viste la cara en el espejo.
Abriste la llave caliente de la regadera y observaste el vapor que ascendía como virutas entre tu cuerpo enjuto, los brazos enervados, el flácido pene y recordaste algún chiste que te contaron en la oficina y sonríes. Cuando agachaste la cabeza sentiste las gotas que caían a raudales, hilos que golpeaban la nuca, aplacaban el pelo, y retozaste en el agua sin despertar por completo. Aún tenías cinco minutos. Repasaste tu rutina diaria. La toalla sobre la espalda, rociar el cuerpo con desodorante, tal vez crema, abrir la gaveta repleta de trajes, unas cuantas corbatas y camisas nuevas. Tomaste el pantalón de vestir que cumple las funciones de uniforme, te acomodaste la camisa, abrochaste los botones de los puños, te calzaste los zapatos y el cinturón quedó justo. Al terminar, escrutaste el espejo por última vez, rastreando motas indelebles en la vestimenta. Perfecto. Observas el reloj, decidiste si tenías tiempo para desayunar algo o era hora de irte. No podías llegar tarde.

PDV oficina rasurarte

Abriste la llave y esperaste que se calentara un poco. Humedeciste el rastrillo y trataste de recordar qué soñaste. Cuando sentiste que estaba lista, te rociaste agua sobre la cara, las gotas cálidas abrieron los poros. ¿Te acuerdas de qué trataba tu sueño? Haz el esfuerzo. ¿Quién aparecía en él? Aplicaste una capa de espuma sobre la cara y con una mano, sujetaste el mango del rastrillo, la navaja pulió la base del cuello, dejando la piel tersa. ¿Era un hombre o una mujer? Limpiaste la espuma grisácea en el chorro de agua, los vellos se diluyeron hacia el drenaje y pensaste en su cara, pero te cuesta trabajo distinguirla, lo que sí recuerdas son breves escenas, como flashazos, que brincan en la memoria. Siempre ha sido divertido recordar los sueños, vivir esa realidad alterna, que no tiene limitantes. Con la vista en el espejo, recorriste la mejilla lisa y supervisaste que no quedaran vellos sueltos. Asientes al recordar el sueño y recuerdas que te enjuagaste la cara con agua fría.
Abriste la llave caliente de la regadera y observaste el vapor que ascendía como virutas entre tu cuerpo enjuto, los brazos enervados, el flácido pene y recordaste algún chiste que te contaron en la oficina y sonríes. Cuando agachaste la cabeza sentiste las gotas que caían a raudales, hilos que golpeaban la nuca, aplacaban el pelo, y retozaste en el agua sin despertar por completo. Aún tenías cinco minutos. Repasaste tu rutina diaria. La toalla sobre la espalda, rociar el cuerpo con desodorante, tal vez crema, abrir la gaveta repleta de trajes, unas cuantas corbatas y camisas nuevas. Tomaste el pantalón de vestir que cumple las funciones de uniforme, te acomodaste la camisa, abrochaste los botones de los puños, te calzaste los zapatos y el cinturón quedó justo. Al terminar, escrutaste el espejo por última vez, rastreando motas indelebles en la vestimenta. Perfecto. Observas el reloj, decidiste si tenías tiempo para desayunar algo o era hora de irte. No podías llegar tarde.

propulsión vuelo casa

Populsión vuelo oficina

SFX: Alarma de reloj (4 segundos)
Te despertaste sobresaltado. Recuerda. Levantaste la mirada, con el torso dentro de las cobijas, y buscaste el día a través de una minúscula rendija en las cortinas. Aún estaba oscuro. Apagaste la alarma. Cerraste los ojos y trataste de no pensar en todo lo que tenías que hacer este día. Las sábanas aún estaban calientes y tenías una posición tan cómoda que querías quedarte así, como si fuera un útero. Envidiaste a los bebés, con la misma fuerza que cuando eras niño deseabas ser adulto; estúpido. Dejaste de pensar, sólo sentías el calor que te invadía mientras la realidad se escapaba y tu cuarto se diluía en un lento desprendimiento; abriste los ojos, no sería la primera vez que te quedas dormido.
Viste la hora. Aún tenías cinco minutos para quedarte entre las sábanas, sintiendo la tela suave que te rodeaba. Tomaste el celular para comprobar si no tenías nuevos mensajes o llamadas perdidas y revisaste tu perfil en tu red social.
Arrastraste el dedo sobre la pantalla, descendiste por las publicaciones y fotografías, las mismas de la noche anterior. Ninguna noticia que leer, ningún dato curioso que te sorprendiera o debieras memorizar, sin importar si alguna vez le darás un uso práctico, ninguna foto de alguna conocida en traje de baño o en pose sugerente, eso sí, cientos de anuncios de perros desvalidos y desconocidos que necesitaban algún favor que no podías ni querías solucionar. Era hora. Sentiste el cuerpo torpe, los miembros hipnotizados, y te restregaste sobre la cama, sin estar listo para empezar el día. Ni modo. Aventaste las sábanas y el frío se coló como ráfaga. Encogiste los dedos de los pies, la piel se enchinó y las rodillas se contrajeron, involuntarias, para mantener el calor nocturno. Te urge que sea domingo, para levantarte tarde, sin prisa.

Subiste la tapa del mingitorio y te quedaste de pie, con la mano ocupada, sintiendo la piel cálida y esperaste que la noche fluyera. De pronto, escuchaste el eco que retumbaba por las paredes del mingitorio y sentiste cómo se liberaba la uretra. Cuando terminaste, removiste las últimas gotas y caminaste hacia el lavabo, te viste en el espejo y con una mano te recorriste la mejilla, decidiendo si rasurarte o no. Detrás de los rasgos torpes, encontraste una nueva arruga. Nunca ha sido algo que te haya importado demasiado, pero te sentiste un poco más viejo, más cansado. Culpaste al insomnio, a los días sin propósito, a la ausencia de mujer. 
VIDEO: En cámara rápida, vista de la tierra con alternancia de día y noche. (Metraje de la Estación Espacial Internacional).
SUBTÍTULOS
Estás a punto de empezar a leer el neotipo® de David Núñez, Propulsión de vuelo. Emociónate. Como uno siempre se ilusiona cuando empieza algo, cuando todas las oportunidades son posibles. Esperas que sea divertido, si se puede que no sea efímero y tampoco demasiado denso, que te atrape.
Se funde a negros.
Sobre negros:
PROPULSIÓN DE VUELO
David Núñez Ruiz
SUBTÍTULOS
Bastan dos espejos opuestos para formar un laberinto, Jorge Luis Borges

El autor sólo escribe la mitad del libro, de la otra mitad debe ocuparse el lector, Joseph Conrad.

PANTALLA BLANCA:
Si no tuvieras miedo a las consecuencias, ¿qué te gustaría hacer en tu vida?
            Piensa. Todas las opciones son válidas. ¿Te gustaría caminar por la luna? ¿Te aventarías de un avión y caer a 250 kilómetros por hora hasta que el paracaídas se despliegue? ¿Nadarías con tiburones, para tener a pocos metros de ti ese coloso, consciente de que si abre la boca lo suficiente te puede tragar o tal vez probarías drogas que te sumerjan en mundos terroríficos de tu imaginación? Sin secuelas probables, ¿con quién tendrías sexo o a quién lastimarías? ¿Viajarías sin destino, materializarías una idea que sólo en ti existe, le dirías a esa mujer de la que siempre estás enamorado que la amas, sin importar su respuesta? ¿Qué te gustaría hacer si no tuvieras miedo a las consecuencias? 
            La vida es sencilla: naces –mueres. Lo que ocurre entre esas fechas aleatorias, depende de ti. Aunque no quieres adelantar tu muerte, la existencia es demasiado corta para vivir con miedo. Date cuenta de que esta es la única vida que tienes. Podrás creer que hay algo más allá, pero no lo sabes con certeza. No tienes recuerdos previos a que adquirieras lenguaje; nadie sabe qué empieza cuando mueres. Esta vida es la única que tienes y dejas que el tiempo se escabulla, que las horas transiten lo más rápido posible, como si la vida fuera un estorbo para llegar a algún lugar.
Piensa en todo lo que hiciste ayer. Las últimas 24 horas se desvanecieron tan rápido que te sorprende que no recuerdes mayores detalles. En parte es comprensible, te das cuenta de que estás aburrido. No sólo en este momento, sino en general. Esperabas que la vida fuera más divertida, más emocionante, menos predecible, pero no. Otro día más transcurre frente a tus ojos, en el que no ha pasado nada memorable. Y eso te parece devastador. Más bien, cotidiano. Últimamente los días son menos especiales. Recuerda cuando eras un niño, que cada día encontrabas algo que te maravillaba, te parecía divertido o espeluznante, y eran extrañas las jornadas en las que no ocurría algo que fuera digno de contar. En la adolescencia todo cambió, los días se empezaron a parecer cada vez más, pero aún así, cada mes, o cada semana, te enamorabas de una mujer diferente, hacías un amigo o te maravillabas con algún dato nuevo, desde algún jugador famoso, que no habías examinado, hasta alguna función del cuerpo ajeno que aún desconocías.
Piensa, ¿si tuvieras 24 horas más cómo te gustaría utilizarlas?
Un día es muy poco tiempo, un parpadeo. Hemos escuchado miles de veces esa frase como si fuera un lugar común, pero es literal, es aún más rápido. Los científicos estipulan que parpadeamos alrededor de 15 veces por minuto, por lo que en 16 horas, en promedio el tiempo que estamos despiertos, cerramos y abrimos los párpados unas 14,400 veces, en un solo día. Tú naciste el (el usuario anota su fecha de nacimiento. Ejemplo: 16 de abril de 1981), ello significa que has vivido 13,040 días (resultado que cambia de acuerdo a la fecha de lectura), es decir que falta poco para que una jornada represente en tu línea de tiempo lo mismo que un parpadeo; el doble si rebasas el promedio de vida. Ves, el tiempo transcurre con celeridad; o lento.
VIDEO (20 segundos, con una estética hipercolorida):
Un ojo parpadea, se cierra. Es de día, una procesión fúnebre atraviesa una carretera desierta. Una mujer grita, puje. Un babé nace, ensangrentado, lo carga una enfermera, de blanco. Una mujer de blanco camina por una escalinata, el velo levita con el aire. Un hombre toma una foto con un celular. Un obrero, con máscara, afila metal en un torno, salen chispas. La fresa de un cigarro de consume. Las manos de una pareja se entrelazan sobre la sábana, la espalda de ella se arquea. Un libro se abre, por la mitad, las hojas se desplazan con el aire. Se cierra el libro de tapas negras, sobre la portada se lee: “Propulsión de vuelo”. La Estación espacial orbita la tierra.
SUBTÍTULOS
Si un día es un parpadeo, veinticuatro horas son mucho tiempo. Cada 24 horas mueren 51,600 personas en todo el mundo, nacen más de 360 mil niños, hay 100,000 divorcios y 115,000 bodas, se producen 195 mil bicicletas y se venden 4 millones doscientos mil celulares nuevos y se pierden 11,430 hectáreas de bosque, tu cuerpo reemplaza 50,000 células, se fuman 15 mil millones de cigarros, 119 millones de personas tienen sexo cada día, se publican dos mil quinientos treinta y tres libros y los astronautas que habitan la Estación Espacial Internacional orbitan 15 veces la tierra. En sólo 24 horas, 1440 minutos, 864,000 segundos, pasan muchas cosas.

PANTALLA BLANCA:

Recapitula lo que hiciste ayer. Te bañaste, revisaste tus redes sociales, trabajaste, viste la televisión, mandaste correos y mensajes, comiste, fuiste a correr, leíste un libro, tuviste sexo, ayudaste a un desconocido a que su vida cambiara, descubriste algo innovador, ¿qué hiciste en las últimas 24 horas?


Casa:
Oficina: