miércoles, 20 de mayo de 2015

Populsión vuelo oficina

SFX: Alarma de reloj (4 segundos)
Te despertaste sobresaltado. Recuerda. Levantaste la mirada, con el torso dentro de las cobijas, y buscaste el día a través de una minúscula rendija en las cortinas. Aún estaba oscuro. Apagaste la alarma. Cerraste los ojos y trataste de no pensar en todo lo que tenías que hacer este día. Las sábanas aún estaban calientes y tenías una posición tan cómoda que querías quedarte así, como si fuera un útero. Envidiaste a los bebés, con la misma fuerza que cuando eras niño deseabas ser adulto; estúpido. Dejaste de pensar, sólo sentías el calor que te invadía mientras la realidad se escapaba y tu cuarto se diluía en un lento desprendimiento; abriste los ojos, no sería la primera vez que te quedas dormido.
Viste la hora. Aún tenías cinco minutos para quedarte entre las sábanas, sintiendo la tela suave que te rodeaba. Tomaste el celular para comprobar si no tenías nuevos mensajes o llamadas perdidas y revisaste tu perfil en tu red social.
Arrastraste el dedo sobre la pantalla, descendiste por las publicaciones y fotografías, las mismas de la noche anterior. Ninguna noticia que leer, ningún dato curioso que te sorprendiera o debieras memorizar, sin importar si alguna vez le darás un uso práctico, ninguna foto de alguna conocida en traje de baño o en pose sugerente, eso sí, cientos de anuncios de perros desvalidos y desconocidos que necesitaban algún favor que no podías ni querías solucionar. Era hora. Sentiste el cuerpo torpe, los miembros hipnotizados, y te restregaste sobre la cama, sin estar listo para empezar el día. Ni modo. Aventaste las sábanas y el frío se coló como ráfaga. Encogiste los dedos de los pies, la piel se enchinó y las rodillas se contrajeron, involuntarias, para mantener el calor nocturno. Te urge que sea domingo, para levantarte tarde, sin prisa.

Subiste la tapa del mingitorio y te quedaste de pie, con la mano ocupada, sintiendo la piel cálida y esperaste que la noche fluyera. De pronto, escuchaste el eco que retumbaba por las paredes del mingitorio y sentiste cómo se liberaba la uretra. Cuando terminaste, removiste las últimas gotas y caminaste hacia el lavabo, te viste en el espejo y con una mano te recorriste la mejilla, decidiendo si rasurarte o no. Detrás de los rasgos torpes, encontraste una nueva arruga. Nunca ha sido algo que te haya importado demasiado, pero te sentiste un poco más viejo, más cansado. Culpaste al insomnio, a los días sin propósito, a la ausencia de mujer. 

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