lunes, 20 de julio de 2015
Fragmento de propulsión de vuelo [Inicio (borrador) del intertexto sobre la llegada del hombre a la luna]
El señor Gorsky veía la televisión sin prestarle mayor
atención. Era una tarde soleada de verano y las cortinas estaban corridas.
Sacó de su camisa un chocolate que había guardado desde en
la mañana, desenredó la envoltura y se lo llevó a la boca de un manazo. Sintió
la bola dura entre los dientes y cuando lo mordió la esencia del dulce se
esparció por la boca. Lo mordió de nuevo e hizo una mueca de satisfacción,
paladeó el sabor y continúo masticando hasta que la dulce saliva le recorría la
boca. Era un buen día, creyó el señor Gorsky y cerró los ojos saboreando aún el
eco del chocolate.
Cuando un perro ladra, él se sobresalta, abre los ojos y
aprieta la mandíbula, odia que los perros ladren de la nada, sin un motivo real
de protección. Se queda callado,
esperando escuchar una motocicleta o los gritos de un niño, pero nada. Estúpido
perro del vecino. Varias tardes pensó en matarlo, el anciano observaba el techo
blanco con el puño recogido y recogió la pierna como si fuese a soltar una
patada, mientras imaginaba al chucho de pelo corto, tirado en el piso. Le
gustaban los perros callados, los que acompañan a los ancianos, y en una época
de su vida sintió debilidad por los cachorros, en espacial el mastín español,
de cabeza inmensa y lengua rosa. Abrió los ojos y vio la televisión, un reporte
de la guerra de Vietnam, helicópteros descendiendo sobre campiñas y jóvenes,
muy jóvenes, corriendo con las manos sobre el casco verde y la metralleta
deambulando como senos sin sostén. Qué vergüenza, pensó el señor Gorsky.
Acerca su reloj a la estela de luz que se cuela y se
esfuerza en enfocar las manecillas ensombrecidas; aún faltaban veinte minutos
para que empezara uno de sus programas favoritos, The Jerry Lewis Show, por lo
que cierra los ojos y se recarga en el sillón verde. Siente la espalda baja cómo
le pesa, los músculos que rodean la columna, agotados, y ese dolor que no se le
quita con los años, hasta que deja caer la cabeza sobre el recarga nucas y se
concentra en no pensar. Cuando era joven, en segundos podía quedarse dormido,
una tradición aprendida en la guerra. Ahora, cada vez es más difícil conciliar
el sueño, en ocasiones, pasa noches enteras, de un lado para otro, dando
vueltas, mientras su mujer se pierde. Siente la mente lenta y el cuerpo
somnoliento, cuando un ataque de tos lo cimbra y lo obliga a
levantarse en arcadas. Siente, una tras otra, el aire que escapa del abdomen,
sube por la tráquea y no lo deja.
¿Estás bien? –escucha la voz de su mujer, desde la cocina y
no puede contestarle, pero ella no va, acostumbrada.
[SFX: Ataque de tos]
El señor Gorsky se sacude con esa maldita tos que tiene
desde la fábrica. Esa maldita tos que no se le quita con agua ni con medicinas,
esa maldita tos que no lo deja dormir.
¿Qué si estás bien? –le gritó ella.
Cuando siente que los pulmones se cansan, se recarga sobre
el asiento y trata de conciliar el sueño.
Que sí – le grita él, con la garganta enrojecida.
Cierra los ojos, permite que su cuerpo se amolde al sillón,
apoyó los brazos en el descansador para que la espalda se relajara sobre el
respaldo y respiró, con tranquilidad. Escucha la televisión lejos, como un eco,
y trata de no pensar, intenta que la mente se quede en blanco y el cuerpo deje
de sentir y se acomode.
[SFX: Ruido licuadora]
Hasta que el ruido de la licuadora se entrometió en su
sueño. Al fondo, su mujer preparaba la cena o tal vez algún guiso especial.
Permaneció con los ojos cerrados y esperó que la licuadora se callara. El ruido
metálico se coló desde la cocina y se molestó; ella era consciente de que no
soportaba ver los programas de televisión empezados ni que lo interrumpieran y
faltaban un par de minutos para que el programa de NBC comenzara; además, no le
permitía dormir, nunca lo dejaba dormir.
Apaga la licuadora, mujer –le gritó, pero no obtuvo
respuesta.
La odió, como sólo se puede odiar a alguien con quien has
estado más de sesenta años y reclinó la cabeza hasta que dejó de oír el ruido,
calculó el tiempo que habría pasado y pensó que aún le quedaban unos minutos
más para dormir. Era un jueves cualquiera, o al menos eso creía el señor
Gorsky. Se descalza las pantuflas y siente los dedos que se arremolinan entre
la tela suave de los calcetines y escucha como truenan los huesos, hasta que olvida
todo.
[SFX: Un ruido de
claxon, a lo lejos y la voz de una mujer joven que da órdenes, como un susurro]
Entre el sueño, percibe a lo lejos, un sonido que lo alerta.
Contiene la respiración y espera, como si fuera una ola, hasta que escucha los
gritos lejanos. Aguza el oído hasta neutralizar la voz que emite la televisión
y escucha atento. Un ruido de claxon, a lo lejos y la voz de una mujer joven
que da órdenes, como un susurro. Espera en silencio para escuchar la voz o la
risa de los nietos de los vecinos, que, otra vez, juegan en su pórtico, pero ningún
ruido infantil se introduce en su cuarto de televisión. Cierra los ojos, sabe
que ya no podría dormir hasta la noche, pero mantuvo los ojos cerrados,
tratando de descansar. Cuando, de pronto, escuchó una voz muy cercana,
demasiado. Abre los ojos, con la mirada en el techo, seguro de escucharlos
correr entre las flores de su jardín y maldice a los padres que no saben
controlar a sus hijos.
Suspira profundo, se calza las pantuflas y se levanta con la
calma de los hombres sin planes futuros y camina hacia la ventana, listo para
gritarles a los niños que corren entre sus flores. Mientras avanza, lento,
piensa en los dos niños de pelo rubio que cada verano arruinan su jardín, tal
vez vienen con un perro, y piensa en sus padres bajando las maletas del coche,
como cada verano. Se acerca a la cortina y, sin dejar que la luz entrara, abrió
la ventana.
[SFX: ruido de carros,
bocinas, gente gritando, música]
Una ráfaga de sonidos se coló como una bofetada. El señor
Gorsky se contuvo, escuchó la voz de hombres y mujeres, el ruido de coches,
como si vivieran junto a una importante avenida, y un par de sirenas que
estaban aún muy lejos como para acallar ese clamor tan extraño y abrió la
ventana de un golpe. El sol lo deslumbró y, antes de que sus pupilas se
acostumbraran a la resolana, sintió los rayos cálidos sobre el pecho y el ruido
que lo envolvía, por lo que cerró la ventana rápido, por instinto pero mantuvo
los ojos sobre el vidrio y le asaltó, con el pavor de ver un milagro, a tanta
gente reunida afuera de su casa.
[VIDEO: Edición de fragmento
de películas o series (menos de X segundos) de un pórtico-suburbio, con coches
de los sesenta, camionetas (Apollo XIII, From earth to the moon, virgin
suicides, etc.) Grabar los clips a través de una ventana sucia, sin sonido]
El corazón empezó a bombear con fuerza de huida y, mientras
la cortina caída, recordó las tardes en la guerra [SFX: ruido de aviones y grito de heridos], cuando, para
sobrevivir, tenía que identificar el ruido de las balas que zumbaban en todas
direcciones. Una gota de sudor se formó en la frente pero no resbaló y las
manos del señor Gorsky se cerraron con fuerza, apretando la cortina como si
fueran sábanas y esperó que el recuerdo callara para pensar. Respiró alto,
apagó la televisión y volvió a descorrer la cortina con la esperanza de que
todo fuera una alucinación de la vejez.
Los pies en camino ágil lo llevaron a la cocina, donde su
mujer secaba los platones recién lavados y los acomodaba en la estantería. La
ventana estaba abierta y las voces aumentaban como enjambre.
-Tú sabes –le echó en cara.
La mujer volteó a verlo y siguió acomodando los
refractarios.
¿Tú sabes qué demonios está pasando?
¿Con qué? –le respondió, sin verlo.
Con toda la gente que está allá afuera. Es un desastre.
Ah, eso. Son reporteros y curiosos, estarán aquí toda la
semana.
Pero ¿por qué?
Ay Emmanuel –dijo, con lástima- siempre eres el último en
enterarte.
El señor Gorsky no se ofendió y cerró la ventana para
escucharla.
¿Te acuerdas de Neil, el hijo de Viola y Steve?
No.
El hermano de June –el señor Gorsky pensó en los hijos de
June Armstrong, los que cada verano cortaban sus gardenias y aumentó su enojo-,
un niño boyscout que jugaba con aviones.
¿Y?
Irá a la luna.
¿Y?, ¿qué tiene eso que ver con toda la gente que está
afuera de la casa?
Emmanuel, es el evento más importante que ha ocurrido en
años, todos quieren.
Diles que se vayan, van a acabar con mi jardín.
La mujer soltó una sincera carcajada y siguió acomodando los
platos, mientras el señor Gorsky, a grandes zancadas, caminó hacia su estudio,
abrió la ventana y con la cabeza afuera, les gritó a todos que se fueran.
Un par de reporteros voltearon a verlo, pero nadie le hizo
caso, así que descolgó el teléfono y le llamó a la policía.
Cuando abrió la puerta de su pórtico, se dio cuenta que
había más gente que la que él creía y dos oficiales con sus uniformes azules y
gorra puesta.
VIDEO TELE (POV
DEL SEÑOR GORSKY CON LAS INTERJECCIONES COMO SUBTÍTULOS):
-Buenas tardes –dijeron al unísono.
- ¿El señor Gorsky? –preguntó uno, el mayor.
- Yo soy -respondió el señor Gorsky y en ese momento notó
que aún estaba en piajama, por lo que ocultó su cuerpo detrás de la puerta.
- Nos dijeron que tenía una queja.
- Sí, quisiera que les pidiera a todas esa gente que se
fuera a sus casa.
- Me temo que eso no va a ser posible –contestó el hombre de
bigote cano, su compañero sólo asintió.
- ¿Pero no ven a toda esa gente? –les señaló con la mirada.
- Sí señor – respondió el más joven- pero es un evento
nacional.
- Durante los siguientes cinco días
-¿cinco días? –exclamó el señor Gorsky, con sorpresa.
– Sí durante los cinco días, la calle permanecerá cerrada,
pues, por orden de Washington, los periodistas
- Y los turistas –complementa el policía joven.
- Y los visitantes, utilizarán toda la calle.
- Es el día más importante del año, señor Gorsky –dice el joven-
- Es propiedad privada –interrumpe el señor Gorsky y señala
su jardín –si no quiero, nadie puede entrar.
- Tiene razón –dijo el mayor, sereno, y lo vio, con su
pijama, a las seis de la tarde y el cabello blanco revuelto – nos encargaremos
de que nadie entre a su casa.
-Ni que pisen mis gardenias –aclaró.
- Ni que pisen sus gardenias –repitió el más joven y se
despidieron con un ajuste de gorra.
Cuando el señor Gorsky cerró la puerta escuchó.
-
Ya no tiene edad para vivir solo, debería estar
en un asilo.
-
O un manicomio, debe estar loco.
Y sintió cómo los 75 años se le derrumbaban sobre la
espalda. Agotado caminó hasta el estudio y cuando prendió la televisión observó
a Jerry Lewis con un traje de juglar y un invitado que le replicaba el
chiste. Apagó la televisión y se sentó en el sillón, entre penumbras, y maldijo
en ruso a todos los que lo rodeaban, su mujer incluida.
Como todos los días, el señor Gorsky se levantó antes de que
el sol alumbrara el cuarto, entró al baño, se sentó en el excusado y tomó una
revista (Pueden hojear Time o vogue de 1969) y esperó que el cuerpo
respondiera, pero cada vez le costaba más trabajo cagar. Cuando terminó de
hojearla, aún tenía el estómago lleno, por lo que, como le enseñó su madre de
pequeño, se golpeó las rodillas. El cuerpo temblaba sin respuesta y, aunque es
uno de los consejos menos productivo lo hace, en su memoria.
Agradeces que no eres viejo
Su mujer aún no despierta. El señor Gorsky aprieta el
estómago, aguanta la respiración y cierra los puños como si pariera hasta que
el cerebro empieza a expandirse, sin arrastrar mierda. Espera cinco, tal vez
diez minutos más hasta que deja la revista en el suelo y se levanta. Con la
mirada en el fondo del retrete se siente orgulloso de sí mismo y escucha cómo
el tanque se vacía. Camina hacia la regadera, abre la llave de agua caliente y,
mientras el baño se vaporiza, pasa el rastrillo sobre sus mejillas lampiñas y
trata de olvidar el día anterior.
Cuando sale del baño, la cama está vacía y huele el olor a
café que inunda la casa. Se ajusta los zapatos, se faja la camisa interior
debajo de los calzoncillos y, después, se pone los pantalones, en un extraño
ritual que ejecuta desde niño. Al final se acomoda la camisa y revisa frente al
espejo que no tenga arrugas ni manchas.
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