sábado, 28 de junio de 2008

ANUNCIAR LA VIDA ES PRONOSTICAR LA MUERTE

Las anticipaciones de la muerte en El caballero de Olmedo de Lope de Vega


El hombre está conformado por tiempo aun sea un concepto más que un hecho, pues como diría san Agustín, "¿Qué es el tiempo? Si no me lo preguntan, lo sé; si me lo preguntan, lo ignoro" (Borges, 1980: 128). El tiempo es una división autoritaria de la eternidad, es decir, fragmenta la simultaneidad de los tiempos en pasado, presente y futuro. Lo contrario es el instante, el tiempo se detiene y se crea una sucesión de hechos enmarcados en el presente, el momento entre el antes y el después: el ahora. Pero que ocurre si los tiempos colisionan, no por decisión de uno -llamésmole recuerdo o deseo- sino elementos ajenos que anuncian lo que ocurrirá. El instante y la eternidad se unen -elemento divino que explica el romano Boecio y desarrolla Borges- y el futuro se muestra como un destino impuesto.

Estas anticipaciones tienden a ser positivas y negativas, dadoras de vida o de muerte. En las culturas, el elemento positivo tiene carácter fundacional, mítico; los ejemplos son avasalladores pero uno de los más bellos es la anunciación cristiana, momento en que Yahvé decide despojarse de su divinidad y encarnar como hombre, ya sea en la Biblia[1], en los Evangelios Apócrifos, o en narraciones posteriores[2], se cuenta el mensaje divino que le explica a la virginal María el porvenir. Ella acepta el don divino y se ve favorecida, aunque la tradición y el deseo divino también anticiparán la muerte de su progenie.

Anunciar la vida es pronosticar la muerte. Aunque el hombre teme el aciago paso y prefiere no invocar lo inevitable, sabe que ese momento llegará; por fortuna no tiene la certidumbre temporal. Pero, ¿qué ocurre cuando un emisario de mensajes funestos dictamina la forma? Se conforman los héroes, un ser normal en una condición extraordinaria que se anticipa a su destino en un enfrentamiento valeroso con el terror a la muerte, el instinto de conservación que obliga a huir del peligro. Nadie desea conocer a los heraldos fatídicos pero la inevitabilidad del destino ha funcionado como un pretexto mítico y literario para conformar la heroicidad. Ante todo en la Antigüedad y la Edad Media donde los caballeros representaban la clase más noble[3] y proclive a la tumba.

En el transcurso del medioevo a la modernidad, el héroe –según la categorización de Carlyle- se despoja de dioses y profetas para caer en los gobernantes y en los literatos, o más bien en sus creaciones. Y los hados se centran en las ficciones. Casos hay por doquier, desde el uso de enviados divinos (Ajax de Sófocles), oníricos (Ricardo III de Shakespeare) o sociales (Crónica de una muerte anunciada de García Márquez). Una obra que reúne los tres tipos de anticipaciones de la muerte[4] es El caballero de Olmedo[5] de Lope de Vega[6].

El caballero de Olmedo, obra renacentista de corte medieval, unifica las anticipaciones negativas y positivas, pues los presagios fúnebres se destapan por una causa amorosa. Vivir es ir muriendo y la única causa real para morir es el amor. Estos dos preceptos del amor cortés y del barroco se conjugan con maestría. El origen del enamoramiento es contemplativo, con un acercamiento de forma pasiva, como determinaba Ficino y los neoplatónicos, donde la primera señal recíproca tiende a ser visual[7], en este caso durante la feria de Medina. Al día siguiente, en la iglesia se concreta el primer punto del ciclo del amor, como lo define Stendhal, la admiración. El ver en el otro lo maravilloso, un ser único que puede completar la bipartición platónica. Para unir dos seres primero debe asumirse como uno, solo e indivisible. El temor a que su deseo no sea correspondido, que conlleva la melancolía de los amantes, anticipa a Don Alonso: “Vime sentenciado a muerte, / porque el amor me decía: “Mañana mueres pues hoy / te meten en la capilla” (113). Los designios divinos –como dicta el refrán: matrimonio y mortaja del cielo bajan- se celebraban en la iglesia. Y Don Alonso anticipa que su amor será su lecho, y como Medina no tenía capilla su tumba sería en el monasterio de Olmedo.

Si su amor es su lecho, la separación es la herida mortal. Así lo estipula de forma constante Don Alonso, pues está inmerso en el religio amoris, es decir la enajenación amorosa, el deseo de los amantes de ser omnipresentes y omniscientes del otro, que es en sí el mismo: amante y amada se funden hasta ser uno.

Alonso: ¿Cuándo querrá Dios, Inés

que estemos juntos los dos?

Aquí se acabó mi vida

que es lo mismo que partirme. (2250)

Y es que partir es olvidar, pues el recuerdo amoroso es visual[8], y dejar de ver es la pérdida del ser. Lope utiliza la base amorosa de Fernando de Rojas, "Melibeo soy, y a Melibea adoro y en Melibea creo y a Melibea amo"(Rojas: 90). Así, Don Alonso al estar separado de sí presagia su muerte.

Inés: ¿Cómo estás?

Alonso: Como sin vida,

por vivir os vengo a ver.

(…)

Yo lo siento, y voy a Olmedo,

dejando el alma en Medina:

no sé como parto y quedo;

amor la ausencia imagina:

los celos, señora, el miedo;

así parto muerto y vivo

que vida y muerte recibo (2149-2184)

Aunque morir no es la pérdida porque “el alma no se parte”, al abandonar Medina, donde hace unos días la conoció, retorna a su Olmedo, un mundo sin Inés, sin vida, sin ser.

Es la muerte porque el amor es correspondido. En desde el primer acto, cuando recibe la primera carta, Doña Inés responde sus atenciones y le brinda un símbolo amoroso, un listón verde amarrado en su reja, que se convierte en vaticinio. La prenda y el color caracterizan la esperanza de un amor correspondido, pero al ser interceptado y fragmentado por Rodrigo y Fernando, representa la destrucción de la esperanza amatoria y la división del amante, por los a la postre asesinos, en la dualidad vida/muerte.

Pero regresemos un poco, para llegar a la enajenación hay que transitar de la admiración al deseo de ser poseído y la esperanza de relacionarse. Alonso, por miedo al fracaso, recurre a Fabia, una hechicera, con pocos elementos mágicos[9], que “invocando” al inframundo crea una correspondencia amorosa y vaticina el fin de los amantes. Fabia no es bruja, no tiene poder ni cumple el rito mágico[10], a diferencia[11] de la encantadora salmantina y sus filtros amorosos, sino con sus mensajes dubitativos “El parabién te doy, / si no es el pésame después”, sólo pronostica.

Fabia: Yo pienso que mayor daño

te espera, si no me engaño,

como suele suceder,

que en la cosas por venir

no puede haber cierta ciencia.

Inés: ¿Qué mayor mal que la ausencia

pues es mayor que morir?

Desde el inicio asegura que el amor y la muerte correrán a la par y por ello es llamada cirujana mortal y envía a mensajeros funestos para que impidan que Don Alonso continúe con su travesía. Uno, el labrador.

Don Alonso abandona Medina y en el camino a Olmedo escucha una canción, la copla que inspiró a Lope, en voz de un labrador. Un ser enigmático que busca convencerlo de que no pase del arroyo. Don Alonso no puede volver, rompería la vertiente heroica del personaje, este empecinamiento infantil –como le aclara el labrador- lo mueve a caminar en la oscura carretera. Don Alonso no le cree -se despide de la voz y se enfila hacia su muerte-; los lectores tampoco.

A diferencia de las brujas de Macbeth, seres poéticos que auguran el futuro del guerrero sin romper con la extrañeza que genera verosimilitud, en la comedia de Lope el labrador se desenmascara como enviado de Fabia, y rompe la idea mágica de hado por la de mensajero de una alcahueta. Este error mundaniza la tragicomedia.

Y es que presagiar la muerte es común en la obra. Tello teme separarse de su amo y no protegerlo. Don Rodrigo es el único personaje que presiente su futuro y por medio de sus acciones lo cumple: perder la honra y la cabeza por amor, además de ser enjuiciado a petición de la labradora ingrata, como la define en el primer acto, entre otros[12]. Hasta el propio Alonso lo hace.

Don Alonso compara su destino trágico con tres símbolos de la mitología griega. Primero Héctor, el guerrero troyano que pelea en desventaja[13]. Después Aquiles, que perece en batalla como lo vaticina su madre, Tetis, poco antes de que se una a las huestes de Agamenón. El dios Adonis, protegido por la diosa del amor, que murió ante los celos de Ares. Y por último Leandro, el joven enamorado de Hero que cada noche, guiado por la lámpara de su amada, atraviesa el río Helesponto hasta que en una ocasión, cuando trata de cruzar el estrecho y llegar a la Torre de Sestos, el clima adverso apaga la vela y pierde el rumbo, muriendo en la desorientada corriente. Así como ellos, Don Alonso es asesinado, como fue vaticinado, de noche, a causa de los celos y en inconveniente circunstancia.

Y si no son referentes mitológicos son oníricos. Al final del segundo acto, Don Alonso le cuenta a Tello un sueño funesto. Aunque Tello desprecia, el caballero no olvida las premoniciones del inconsciente valoradas en las culturas antiguas. No es casual que los profetas fueran soñadores[14]. En la Edad Media la oniromancia fue considerada idolatría y prohibida por Gregorio II, pero la literatura utilizó este recurso con fortuna, muestra de ello es el Cantar de Roldán, los Nibelungos y las sagas nórdicas. En el renacimiento, Calderón de la Barca iguala el sueño con la vida y Goya teme los monstruos que engendra, elementos que se afianzarían en el romanticismo, donde los poetas lo consideran medio para alcanzar el conocimiento. Pero regresemos al siglo XVII donde Lope cuenta el sueño revelador, aún sin Freud, sobre dos aves que pelean, un jilguero amoroso y el azor que escondido lo desgarra. El jilguero es el pájaro que rodea a Cristo, desde su infancia hasta el camino al Calvario; el azor, ave rapaz que destaza seres alados y símbolo de la corrupción europea.

Este presagio no sólo conlleva el inconsciente sino otra forma de descubrir el presagio: la ornitomancia. Las aves simbolizan la relación entre el cielo y la tierra, con ciertos gorjeos, cambios impetuosos y precisas maniobras en el aire dan pie a ensoñaciones adivinatorias; como especifica su nombre heleno, son pájaro y presagio a la vez.

Y es que las antelaciones luctuosas no sorprenderían si no fuese por un personaje incidental que con dos diálogos cimbra al espectador. Es fundamental un giro inesperado para conmover al lector, como los tres golpes a la puerta en Macbeth o las apariciones en Una vuelta de tuerca de Henry James, por poner un par de ejemplos. Lope no se queda atrás y conforma a “un fantasma que de noche asombra” (1363). El dramaturgo lo llama sombra y lo describe como un ser “con una máscara negra y sombrero, y puesta la mano en el puño de la espada”. La verosimilitud de la extrañeza se planta con toda la fuerza en la enigmática aparición.

Alonso ¿Qué es esto? ¿Quién va? De oírme

No hace caso. ¿quién es? Hable. (2260)

No es un aparecido demoníaco ni celestial. No por contratar a una invocadora del demonio, como ciertos críticos han supuesto, Don Alonso es castigado; Dios y el Diablo están alejados de este llamado del destino. Es algo más. Don Alonso se pregunta qué.

No es fantasma por que, como la literatura fantástica[15] lo ha aclarado, son seres insepultos que se materializan para ajustar cuentas. La sombra ni desenvaina la espada ni se esfuma, simplemente se va. Otra de sus peculiaridades es el anonimato. Walter Benjamin habla de la importancia del nombre como medio de individualización, el nombre vuelve único al ser y le da su carácter de existente, pues se les puede convertir en signo y símbolo. Si no es llamado no existe. Y la sombra se sustenta en su nominativo.

¿Quién es? Se pregunta Don Alonso y la voz le responde su nombre.

Sombra: Don Alonso

Alonso: ¿Cómo?

Sombra: Don Alonso.

Alonso: No es posible.

mas otro será, que yo

soy don Alonso Manrique (…) (2263)

En el sentido físico no es una sombra, un producto de la incapacidad luminosa de traspasar los cuerpos, y en el camino a Olmedo ningún astro ilumina el sendero. “¡Qué escuridad! Todo es / horror…”(2360). Y para ser sombra tiene que haber una llama, sea el sol incandescente que alarga los cuerpos en el desierto o la tenue vela que se proyecta en la caverna platónica. Como aclara el filósofo heleno,

Un hombre sensato se hará la reflexión de que la vista puede ser turbada de dos maneras y por dos causas opuestas: por el paso de la luz a la oscuridad, o por el de la oscuridad a la luz. (Platón: 157)

Don Alonso es sensato. Por ello encuentra la respuesta en su miedo. “¿Qué me quieres, pensamiento, / que con mi sombra me afliges? (2276). La sombra es él.

El espectro repite sus circunstancias, al igual que en Hamlet, donde el príncipe danés se enfrenta con su otredad negativa, y es que el rey muerto no sólo comparte el nombre sino las circunstancias. Como declara Lacan, el rey Hamlet muere cuando le vierten veneno en el oído, el príncipe porque el espectro le vierte palabras ponzoñosas.

¿Qué el turbarnos

nosotros, irrisión de la natura,

llenos de espanto tal, con pensamiento

que a comprender no alcanzan nuestras almas?

¿Qué es esto, di? ¿Qué exiges de nosotros? (Shakespeare: 136)

La muerte. El espectro shakesperiano incita al asesinato, mientras el de Lope previene; ambos desatan a los ínferos del personaje. Hamlet lo alienta, le promete que no olvidará las palabras emitidas y el único sentimiento que albergará será la ira que desate la venganza. Don Alonso le rehuye, es un desatino seguirle dice antes de que una canción se escuche a los lejos y le recuerde que la sombra existió. Porque al igual que en la tragedia inglesa, la sombra interactúa sólo con el elegido. Sólo le dirige la palabra a Hamlet lejos de los guardias nocturnos, y a don Alonso le habla cuando está solo. Y es que el pensamiento actúa en soledad, de una forma contraria a lo que predecimos. Como aclara C. G. Jung, la sombra son los aspectos ocultos o inconscientes de uno mismo, un enemigo al acecho que debe ser integrado en el consciente. Hamlet lo encara y se convierte en su sombra, don Alonso lo ignora y acaba pagando las consecuencias. Y es que “El hombre se realiza o cumple cuando se hace otro. Al hacerse otro se recobra, reconquista su ser original (…)” (Paz: 180). Si deja de ser Yo para ser otro, en ese momento el entorno se transforma en un combate invencible; los personajes buscan ser redentores de sí mismos, luchan contra su entorno y no pueden escapar de ese determinismo que los hunde en una desesperación tal que ni siquiera huir es la salvación.

Pero es un héroe por lo que no puede huir sino que se debe de enfrentar con las traidoras armas de fuego y el anonimato del francotirador que se oculta, se aleja y le dispara al caballero. No le queda más que encomendarse a la divinidad y declamar el grave error que cometió, pues “¡Qué poco crédito di / a los avisos del cielo!” (2465). Sabe que sus esfuerzos no deben centrarse en arreglar las cosas de esta vida sino en el más allá. Aquí sólo le queda confirmar la bondad de su amor y la necesidad ritual de morir en su patria. De los augurios no queda nada, como en la escena final de Hamlet, la sombra es un recuerdo silente entre despojos sangrientos. En El caballero de Olmedo, los enviados no pudieron detener la acción vil, pero la omnipotente corona, eje del sistema legal, utiliza los mecanismos necesarios para impedir que la venganza y el desorden corrompan a la sociedad. Al fin, los hados mudos sobrevuelan para que el espectador les preste atención.

BIBLIOGRAFIA:

Directa

Vega, Lope de (1989), El caballero de Olmedo, Cátedra, Madrid.

Consultada

La Sagrada Biblia (1968): Nacar Colunga, Madrid.

AA. VV. (1996), Acta Poética: Magia y Renacimiento, México, núm 17, UNAM.

Becker, Ernest (1977): El eclipse de la muerte, México, FCE.

Borges, Jorge Luis (1993): "La pesadilla ", Siete Noches en Obras completas 1976-1985, Madrid, Círculo de lectores.

--- (1992): Historia de la Eternidad, Buenos Aires, Emecé.

Bloom, Harold (2002): Shakespeare, la invención de lo humano, Barcelona, Anagrama.

Campbell, Joseph (1959): El héroe de las mil caras, México, FCE.

--- (1994): Los mitos, Barcelona, Cairos.

Carlyle, Thomas (1999): De los héroes, México, CONACULTA-Océano.

Lecoutex, Claude (1999): Fantasmas y aparecidos en la Edad Media, Barcelona, Medievalia.

Paz, Octavio (1994): Los hijos del limo en La casa de la presencia, México, FCE.

Platón (2007): Diálogos, México, Porrúa.

Quincey, Thomas de (1975). “Los golpes a la puerta de Macbeth” en Las confesiones y otros textos, Barceliona, Barral editores.

Rojas, Fernando de (1981): La Celestina, Barcelona, Bruguera.

Sanmartin Bastida, Rebeca (2006): El arte de morir, la puesta en escena de la muerte en un tratado del S. XV, Madrid, Iberoamericana.

Shakespeare, William (1978): Hamlet, en Tragedias, México, Cumbre.

Sharp, Daryl (1997): Lexicon Jungiano, Chile, Cuatro vientos editorial.

Seres, Guillermo (1996): La transformación de los amantes, Barcelona, Crítica.

Stendhal (1998): Del amor, Madrid, Edaf.

Tresider, Jack (2003): Diccionario de símbolos, México, Tomo.



[1] Lucas 1:16

[2] En diferentes estados locativos y temporales, dos poetas lo recrean de forma magistral, William Butler Yeats en La madre de Dios y el mexicano Javier Sicilia en Vigilia ante los Evangelios.

[3] En la literatura medieval hay incontables ejemplos de estos hombres que luchaban por la amada, la patria naciente y por Dios, como Lancelot, Tristán y Amadís de Gaula.

[4] De forma escueta se abordarán algunas de las anticipaciones y referencias de la muerte; es imposible en diez cuartillas ahondar de forma profunda en esta obra magna del teatro español.

[5] Obra dramática dividida en tres actos en verso con polimetrías y con dos tramas intercaladas. Fue escrita en 1620-21 y publicada en 1641 en Ventiquatro parte perfeta de las comedias del Fénix de España, Frey Lope Félix de Vega Carpio. La anécdota se basa, según el Registro General del Sello de Simancas, en el asesinato de Don Juan de Vivero, caballero de Santiago, por Miguel Ruiz y tres asesinos el 6 de noviembre de 1521 en el camino de Medina hacia Olmedo. Los acontecimientos fueron olvidados más una copla inmortalizo la tragedia

Esta noche le mataron

al caballero,

la gala de Medina,

la flor de Olmedo.

Lope utiliza la copla en El santo negro de Rosambuco, pero es en El caballero de Olmedo cuando con genialidad conforma una historia, conflicto y personajes.

[6] Félix Lope de Vega y Carpio (1562-1635). Autor prolífico y fundamental de los Siglos de Oro, conforma un nuevo estilo dramático, la comedia nueva, que se refleja en obras como Fuente Ovejuna, El castigo sin venganza y El caballero de Olmedo. Su poética es El arte nuevo de hacer comedias en este tiempo (1609).

[7] Como diría Octavio Paz: “Mirar es una transgresión, pero la transgresión es un juego creador.” (Paz: 429).

[8]Alonso: Tengo el morir por mejor, /Tello, que vivir sin ver”. (890)

[9] La magia se divide, según san Agustín en Geocia, la peor de la magias, y la Teurcia, sublime; popularmente en baja o popular, que incluye a la adivinación y la hechicería, y la magia alta o culta; y de acuerdo a sus fines en magia blanca y negra.

[10] Los ritos mágicos constan de cuatro partes: invocación, ofrenda, praxis (designación de la tarea a cumplir) y un amuleto (para protegerse del demonio invocado).

[11] Semejanzas: dar una cadena en premio, entrar en la casa paterna con engaños, vender cosméticos, etcétera.

[12] Además de las anticipaciones anotadas hay referencias celestiales (2465), amorosas (1145 y 1620), sociales (950), climáticas (2675), irónicas (1252), léxicas (839) y metaliterarias (1005), entre otras.

[13] Canto XXII de la Ilíada

[14] Como José, el primer hijo de Raquel y Jacob, o Daniel. Para los hebreos, había tres tipos de profetas: rôeh, hôzea, y hôlem, los que ven y sueñan el futuro.

[15] Desde libros como la Biblia, donde en el Libro de Job se aparece un espectro o la errancia cristiana tras la resurrección, hasta H.P. Lovecraft, E.T.A. Hoffman o Carlos Fuentes, los fantasmas han nutrido las historias creando elementos mágicos que iluminan el mundo “real” del sinsentido.

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